La infidelidad
Todavía estoy débil y me muevo con dificultad. Tengo la cara muy pálida y unas ojeras violáceas alrededor de los ojos. Mientras me sirvo una taza de café, le digo a mi marido:
—Cariño. Acuérdate que tienes que acompañarme a la consulta del cirujano.
—Imposible. De verdad que me gustaría, pero...imposible. Tengo una reunión que no puedo cancelar.
—Pero yo todavía estoy muy débil, sin fuerzas...
—Te coges un taxi. No sé, tú verás. ¡Me voy, llego tarde! Luego me cuentas.
Está distante, extraño. Lleva mucho tiempo extraño. Hace cosas raras. El otro día se depiló el pecho y las piernas ¡a sus cincuenta años! Y a mí me dio la risa, me entró una risa tonta que no podía parar. Él se enfadó y muy digno, se marchó dando un portazo.
¿Y si me engaña? ¿Y si ha dejado de quererme? Me armo de valor y me decido a seguirle. Ya no hay vuelta a atrás.
Me sitúo en la esquina, frente al Hotel Miguel Ángel. Daniel entra con paso seguro. A pesar del frío, las manos me sudan copiosamente y mi boca está seca como el esparto.
Cuando salen del Hotel, abrazados, la sonrisa de Berta me hiela la sangre. Berta, mi amiga, mi hermana. Como el rugido de la nieve al desprenderse un alud, así la tristeza brota de mi alma. Atravieso la calle en medio de los coches, sus pitidos suenan muy lejanos, como en un sueño. Alguien me sujeta por el brazo y me grita:
—¿Se ha vuelto loca...?