Olena
A esa hora de la mañana la calle 42, era un hervidero de gente de lo más variopinta: Había empleados de cuello blanco, camareros, taxistas y empleadas de los hoteles más próximos. Luego estaban los que malvivían en la calle, un ejército de mendigos, prostitutas y chaperos. La otra cara del sueño americano.
Olena caminaba ensimismada en medio del tumulto. Echaba de menos Ucrania. La guerra lo había arrasado todo. Podía ver los ojos espantados de los muertos, tirados como despojos en medio de las calles. De repente, un fuerte golpe en el hombro la hizo tambalearse.
—Perdona. ¿Te he asustado? No sé en qué iba pensando —se excusó el chico.
—¡No te preocupes! No ha sido nada. —dijo Olena.
Una ráfaga de aire le alborotó el pelo. Al apartarlo de su cara, el papel, que sujetaba con torpeza, voló en remolinos a lo largo de la calle.
—¡Lo tengo! —exclamó el chico. Agitando el papel en su mano.
—¡Uff, menos mal! —dijo Olena.
—Me llamo James. Encantado.
—Soy Olena.
—Perdona la indiscreción. No eres de aquí, ¿no? Lo digo por tu acento—inquirió James.
—No. Soy ucraniana. De Lviv. Allí estudié Bellas Artes. Suelo vender mis cuadros en la calle.
—¿Viniste por...la guerra?
—Sí...—musitó Olena.
—Debes extrañar mucho tu país.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Olena. Cuando James la abrazó, ella supo que la había rescatado de un naufragio, que había recompuesto los pedazos de su corazón. La vida seguía.